de MICROMETRAJES



INCIDENTES DOMÉSTICOS (4)



Fue la cosa más estúpida. Me desperté con gran sobresalto en mitad de la madrugada. Qué había pasado. Sola en la casa y en plena oscuridad, el corazón me golpeaba furiosamente en el pecho. Haciendo acopio de valor, alargué la mano en busca de la perilla de la luz. La mano fue tentando la pared, pero en lugar de con la perilla mis trémulos dedos toparon con una superficie blanda, fría y pegajosa que se agitó al contacto. Pegué un grito. Algo pareció soplarme en la cara y se retiró precipitadamente de mi cabecera, chocando con los muebles del cuarto. Pareció escabullirse por el pasillo y, un segundo después, en la casa se hizo otra vez el silencio.
Pero mi débil corazón no resistió el envite.
Ha pasado mucho tiempo desde entonces. He tomado la costumbre de regresar todas las noches a mi cuarto, cuando la casa está a oscuras y en silencio, buscando así sorprender in fraganti al odioso ser causante de mi desgracia. Ni que decir tiene que procedo siempre con suma cautela, sin hacer el menor ruido, y evitando, dentro de lo posible, aproximarme a la cabecera de la cama del durmiente de turno.










«LLAMADME JONÁS»



Así comenzaba el relato del funcionario, cuando sonó el teléfono, otra tarea lo distrajo, y se esfumó engullido por su propia nada.









FANTASMAS (3)
LOUISE BAVENT



La crónica catedralicia de la época se muestra, en el caso de esta vaudoise, escrupulosa hasta el desvarío. Cuenta que, en cumplimiento de lo dispuesto en el Malleus Maleficarum de 1486, tres años más tarde de esa fecha, la desdichada, apenas una adolescente, fue quemada viva, amarrada a una prima y a una tía segunda, en una hoguera levantada en la plaza Bellecour de Lyon; añade que la más joven, Louise, resultó durante el tormento la más atrevida verbalmente de las tres y que, debido a la mala combustión de la leña húmeda, no murió hasta transcurridas dos horas y cuarenta y tres minutos de intenso sufrimiento. Termina asegurando que su caso fue muy nombrado, puesto que vivió luego durante muchos años transfigurada «en lenguas de fuego de odio» dentro de todas y cada una de las 1109 almas –entre oficiantes, verdugos, alguaciles, familiares y curiosos–, que presenciaron y jalearon la ejecución.

 









EL ABISMO (1)



Tras larga y peligrosa escalada, llegó por fin al borde del fabuloso despeñadero. Frente a él se abría lo que los del lugar aseguraban tratarse de la propia entrada del infierno, una sima redondeada, negra y descomunal como la boca de un monstruo imposible. Esbozando una sonrisa, saltó adelante. En pleno vértigo de la caída se preguntó por qué lo había hecho, o, más bien, cómo es que no había experimentado miedo ni prevención alguna al hacerlo.
¿Sueño o realidad?, se preguntaba. ¿Vivo o muerto?
Pero aquel era el único lugar del mundo donde dicha pregunta carecía de sentido. Nunca dejaría de caer.










HASTÍO



Un nuevo amanecer despuntaba exangüe sobre los montañosos edificios grises cuando, cansado y entumecido, asqueado una vez más de tanta sucia orgía y diversión, corrió a refugiarse en su triste guarida. Antes de retirarse a dormir buscó un sillón, tomó de la mesa el libro providencial que le había convencido de rescatar del desván todos los espejos de la casa después de tantos años, y buscó el pasaje subrayado.
Leyó: «La vieja aspiración al nirvana, para el budismo primitivo, presuponía esencialmente la transformación de la mente en una especie de espejo vacío, ciego, que no reflejara nada, dejando a la persona a resguardo de las trampas y embelecos de la realidad».
Dejó a un lado el libro, se levantó de un salto y fue airosamente a mirarse en el gran espejo oval que volvía a presidir el salón.
Éste, una vez más, como era de rigor, se negó a devolverle reflejo alguno.











FANTASMAS (8)






Piensa y piensa sin recato ni sentido, cegado por el calor en la playa, el cuerpo abrasado, sin notárselo ya apenas, piensa, piensa y piensa, prolongando interminablemente la disertación para sí mismo acerca de esto y lo otro y lo de más allá, de la paternidad divina mismamente, cuya divagación en este caso se retuerce, ampulosa, suculenta, «dado que había un dios padre y un dios hijo, es lógico que de la tensión de esa dualidad brotase de modo espontáneo también un dios espíritu santo, y que ese tercero en discordia se represente justamente en forma de paloma ocupando el vértice superior en las estampas»…
Sus inanes pensamientos siguieron zumbando como insectos en su avispero hasta que, pasadas unas horas, el propio flujo de ideas lo acabó conduciendo por inopinados derroteros convergentes a la exacta conciencia de su mismidad actual, la extraña sugerencia acaso de su no ser, de que no era hombre o niño, ni era conciencia, ni espíritu, ni mente de hombre ni de niño; no se trataba más que de una forma de vida impropia y desdeñada por el mundo, un alma en pena como otras muchas, extraviada en las nebulosas de éter y tiempo infinitos, momentánea e incomprensiblemente precipitada en esa playa, guarecida como un plumón saltarín en la concha hueca de algún molusco o cangrejo que en su concavidad le ofrecía gratas resonancias del suave y cálido hueco de un cráneo ya olvidado...
Y en el mismo instante de adquirir esta impar conciencia, sin más, se esfumó en la nada.
  



© José L. Fernández Arellano, M-008260

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